Luis Piedra Buena
Primer argentino que advirtió en el mismo terreno la importancia de los lejanos confines australes, Miguel Luis Piedra Buena (tal era su auténtico apellido, aunque después se popularizó como Piedrabuena), fue un Quijote de las aguas nacionales.
Desde adolescente sintió el llamado del mar: con 16 años, estando a la sazón en la isla de los Estados, el entonces oficial de la nave John E. Davinson salvó a catorce náufragos de un barco que acababa de hundirse. Ese gesto lo repetiría muchísimas veces a lo largo de su vida, tanto que el inglés Reynard escribió admirativamente: “¿Cuántos buques ha salvado? Son tantos que ni él mismo lo recuerda”.
Solo, sin ayuda oficial, Piedra Buena se convirtió en guardián de la soberanía argentina en el sur. Viajó a las islas Malvinas, de los Estados, frecuentó el Cabo de Hornos; cazó focas, ballenas y lobos marinos, exploró remotas islas como las Ermita, Falso, Wollaston. En la isla de los Estados levantó un pequeño establecimiento y enarboló por primera vez la bandera argentina.
El gobierno de Bartolomé Mitre fue el primero en reconocer sus esfuerzos: lo nombró “capitán honorario sin sueldo”, autorizándolo a proseguir sus correrías australes. Pero fue un reconocimiento efímero, porque los gobiernos sucesivos no colaboraron con él.
Gracias a sus conocimientos sobre los confines nacionales -labrados con su propio y esfuerzo y a riesgo de su propia vida- pudo el gobierno argentino preparar profundos estudios avalando los derechos nacionales en aquellas regiones, a través del diplomático Félix Frías.
Piedra Buena siguió prestando variados servicios al país: desde la formación de nuevas generaciones de marinos hasta su integración en la expedición científica que comandaba el italiano Giacomo Bove. Levantó faros, delegaciones y subprefecturas en diversos y estratégicos puntos de la Patagonia. En 1882, Roca lo designó con el grado efectivo de Teniente Coronel de la Marina de Guerra. Murió un año después, cuando se aprestaba a volver a la isla de los Estados.