Juan Arancio
Como el año y la gente, deja el 99 y se pasa a los dos ceros que se presentan como otra era de renovadas ilusiones, nuevas esperanzas y logros de más y mejores cosas.
Y pensamos en algo que tenga que ver con el agua, con los barcos, con el espíritu del navegante y sus sueños, con nuestros ríos y la gente que, en nuestra región, está siempre cerca de ellos y -en este contexto de náutica y pueblo- nuestro cometido de difundir, promocionar y acercar a la gente la navegación en todas sus formas: como actividad y deporte noble y sano, como posibilidad de acercarse a la naturaleza en su estado natural valorizando y preservando el mayor patrimonio de que dispone la humanidad sin distinciones ni exclusiones y el deseo de ver canoas, balsas, balandros, cajones con velas tripulados por chicos, unidos por el solo influjo de la geografía y el disfrute de su paisaje.
Y pensamos en Juan Arancio, y allá fuimos a lo de Juan. Juan, nombre que en todo el mundo es sinónimo de bueno, simple, humilde… y así es Juan Arancio.
De arranque nos empezó a contar toda la historia del barco de Juan de Garay, del niño Antonio Tomás, que se vino desde Buenos Aires – huyendo de la hambruna- junto al arcabucero de don Pedro de Mendoza, un alemán que junto a Antonio y otros hombres se fueron hasta Asunción a pié -¿Escuchaste lo que te estoy diciendo, no? De Buenos Aires hasta Asunción a pié. En Asunción Antonio se hizo hombre, mientras observaba y aprendía todo lo que veía, porque toda esa gente era así, y era en base a la observación que sobrevivían.
El alemán se fue y el chico aprendió el oficio de “rumbeador”, rumbeador no era cualquiera, se estudiaba… pero se estudiaba al aire libre, conociendo el cielo y las estrellas.
Antonio Tomás fue quien le construyó el barquito a Garay, fijate vos… el que le construyó el barco para venir hasta Santa Fe. Lo construyó y lo acompañó como rumbeador para venir hasta aquí. Y te digo barquito porque un barco grande no hubiera podido navegar por los ríos nuestros, que en algunos lugares eran zanjones, calculá que, en un libro, Del Barco Centenera escribe que los remos tocaban las orillas.
-¿Y tu experiencia como navegante cual es, Juan?
-Uuuhhh… divinooo!!! Un día estábamos acá y había un vientito lindo, y mi hermano me dice: vámonos, vámonos ya. Porque nosotros veníamos cada tanto, yo vivía en la isla con mi hermano.
-¿En que parte de la isla?
-En la Segunda Barranquera, en Sauce Viejo. Entonces agarró una frazadita que había acá, fuimos para allá y ahí en Punta Varadero agarramos la canoíta que teníamos nosotros, le puso un aparejo con un remo y una cruceta… y ahí nos fuimos hasta allá. ¡Que divino! ¡Que lindo! ¡No hay plata que pague esas cosas!
-¿Y cuanto tiempo viviste en la isla?
-Dos años. Desde los seis a los ocho, y ahí me vine para acá porque tenía que hacer la escuela. En ese tiempo no había jardín ni nada de eso… yo entré a primer grado, pero ya dibujaba con un palito en la arena.
-Mirá Juan, esto es fotografía digital.
-Esperá que me pongo los otros lentes, así me sacás más lindo cumpita.
Y mientras Juan repite las palabras misterio y maravilla, cuando van apareciendo en la pantalla las imágenes fotografiadas, vamos viendo un Martín Fierro que está preparando con su clásico estilo, su popular pluma y color para la edición de un libro en fascículos. Nos va contando todos los Martín Fierro que hizo, los cuadros que está pintando sobre la historia de Santa Fe y los que ha hecho, uno de los cuales, nos dice, lo hice sobre la imagen que pudo haber tenido el barquito de Juan de Garay.
Eso está bien para un festejo; un barco en nuestras aguas. El agua de nuestra gente y el barco del fundador de nuestra ciudad.
Otro encuentro con Juan, un viajecito hasta el museo Rosa Galisteo de Rodríguez y la foto del barco de Garay, según la mirada de nuestro Juan Arancio, para empavesar la tapa de la edición número 100 de Nautisur.
Y está bien, una pintura de Juan es mas o menos como el concepto que tenemos nosotros sobre la náutica; que sea una actividad enriquecedora al alcance de todos.
Seguramente en las artes, como en la náutica, hay obras que son apreciadas por unos pocos y a las cuales tienen acceso solamente poderosos o elegidos y otras, generalmente cuestionadas y discutidas, que están colgadas o pegadas en las paredes de miles de humildes viviendas o suenan en todas las radios.
Miramos la Copa América o la Around Alone, las dimensionamos y tratamos de aprender de ellas, pero nuestra mayor ilusión sería estar navegando entre cientos de barquitos, aunque sean canoas isleñas, en nuestros ríos y con nuestra gente.
Toda nuestra gente.