La creciente que no hace crecer

Cada realidad tiene su contexto y sus particularidades. Nuestra realidad de santafesinos hace que tengamos que sobrellevar la herencia de la fundación que -ya sea por culpa de los indios, la inexistencia de altímetros o un capricho de Juan de Garay- hizo que tengamos que vivir aquí a los 31°39´57´´Sur y 60°41´57´´Oeste.

Nuestra situación es única e irrenunciable, mientras no decidamos mudarnos a otro lugar, y en nuestros proyectos debemos tener clara nuestra posición, no sólo horizontal sino vertical.
El cambio de posición horizontal implica espíritu nómada, alejarse de su terruño, invertir en nuevas tierras o invadir terrenos ajenos, etc., etc., etc.

El cambio de posición vertical, hacia arriba, no tiene límites, el espacio no tiene costo y subir nos permite, dada nuestra particular situación, alejarnos de los peligros y proteger lo que hemos conseguido concretar de nuestros proyectos.
Los tiempos cambian, la ciencia y la tecnología evolucionan y los medios disponibles cada vez posibilitan más cosas.
Seguramente, a principios de siglo, no se podía pensar en obras que, hoy, son muy sencillas; ni saber exactamente cual era nuestra situación geográfica que, al comenzar esta nota, lo determinamos apretando el botoncito del G.P.S.

Hoy, al final del milenio, sabemos montones de cosas que, un siglo de tecnología, estadísticas, historia y datos precisos y aprovechables, nos legaron nuestros prójimos que, tal vez porque sufrieron la falta de ellos, se preocuparon en asentarlos y documentarlos de manera tal que los habitantes de fin de siglo no pudieran aducir desconocimiento.
Y esos habitantes somos nosotros; ciudadanos, gobernantes, trabajadores, políticos, socios de clubes.
Y estamos llegando al 2.000.
Y dos años antes de fin de siglo, tuvimos la suerte de que paró la creciente y no llovió en nuestra ciudad, de lo contrario otra sería nuestra situación.
Todo tiene su tiempo y su límite, sobre todo cuando: las circunstancias vividas son lo suficientemente elocuentes como para no darles importancia, la solución es conocida y posible y, fundamentalmente, el escalonamiento reiterativo de los acontecimientos es cada vez menos espaciado y asegura un nuevo cataclismo, ya no eventual sino previsible.

El estado y sus gobernantes se deben poner a trabajar, ya, en un proyecto racionalmente estudiado para que Santa Fe deje de ser la ciudad de los inundados, y los clubes náuticos- en su condición de escuelas deportivas abiertas y formadoras de futuros deportistas amateurs y representantes internacionales de nuestra provincia y del país en numerosas oportunidades- que por su necesaria ubicación están expuestos a los efectos de las crecidas del río, debieran estar incluidos en dichos planes, recibir colaboración para solucionar sus problemas y no paralizar periódicamente sus actividades, que no implica solamente el no funcionamiento de las escuelas de vela para chicos, sino la paralización de todo un parque náutico de casi 500 embarcaciones, con el movimiento económico que ello significa.