EDUCACION ARGENTINA

Pienso que la política educativa, más la falta de conciencia y concientización social que afecta a la función de la docencia, y que es una característica generalizado en el pueblo argentino, son las principales causas del déficit de la educación argentina, que se va agravando cada día.

Los profesores no pueden ser meros técnicos que circunscriben su tarea al ejercicio de la enseñanza de su materia, como el obrero eficiente cumple su labor en una fábrica, ya que ellos tienen la posibilidad de modelar toda una futura estructura social y moral en las personas que conformarán un pueblo.

La función de los educadores como agentes de cambio y formadores de personas útiles y éticas, dependerá de su propia integración cultural y de la toma de conciencia intelectual que es imprescindible  asumir cuando se elige ser docente.

La responsabilidad del docente como factor modificador y formador, depende de su responsabilidad intelectual, y, sobre este tema, tomamos como referente los conceptos de Henry Giroux; doctorado en Pittsburg, docente en Boston, que siempre tienen que ver con una macrovisión de la educación, y, aunque analizados desde Miami (E. E. U. U.), trataremos de insertarlos en nuestra realidad.

Como método, y para analizar sus conceptos, voy a intentar adoptar el papel de “intelectual transformativo”, trasladando los conceptos de Giroux al ámbito de mi realidad y a las situaciones regionales cotidianamente vividas y sentidas como el derrotero de la educación en nuestro país.

Es probable que estas ideas no respondan al concepto generalizado de los analistas teóricos de la educación, ya que mi perspectiva, y mi urgencia, parte de la concreta  necesidad de implementar acciones prácticas inmediatas que permitan detener y revertir este precipitarse de la educación.

La claridad conceptual puede estar un tanto oscura a la hora de conceptuarla, en tanto mis ideas están un poco alejadas de la política educativa y del discurso docente actual, no compartiendo sus teorías y acercándome al pragmatismo; en cuanto a buscar las consecuencias prácticas del pensamiento y poner el criterio de verdad en su eficacia y valor para la vida.

La intelectualidad es la cualidad que tienen las cosas de ser intelectuales. Puede ser que tenga algo que ver con sabiduría, pero, en ultima instancia, es un nombre abstracto; es decir que no se ve, que no se materializa. Esto dice nada, pero si la pone lejos de la técnica y la acerca a la creatividad y a la imaginación; es infinita. Pero, en el plano de lo concreto, la veo como un vuelo hasta la cima de la realidad.

Aristóteles declara expresamente que «el intelecto es más verdadero que la ciencia», es decir, en suma, que la razón construye la ciencia, pero que «nada es más verdadero que el intelecto», porque necesariamente es infalible por lo mismo que su operación es inmediata, y, como en realidad no es distinto de su objeto, no forma más que uno con la misma verdad.

Don Roque Barcia, dice; “La inteligencia es vasta, extensa, profunda, universal. El entendimiento es agudo, incisivo, concreto, práctico. La intelectualidad es viva, armoniosa, fecunda, brillante. La inteligencia es un principio. El entendimiento es un órgano. La intelectualidad es un ente de la razón. De modo que la inteligencia está en la humanidad. El entendimiento en el hombre. La intelectualidad en la abstracción; es decir, en la metafísica y en el arte. La intelectualidad es como el genio de la inteligencia.”

En cuanto a la política educativa, parece ser que, a pesar del lugar de residencia del autor y de entender que las cosas por allí son acordes al primer mundo, no están exentos a los flagelos de las reformas educativas. Dice Giroux; “Allí donde los profesores entran de hecho en el debate, son objeto de reformas educativas que los reducen a la categoría de técnicos superiores encargados de llevar a cabo dictámenes y objetivos decididos por expertos totalmente ajenos a las realidades cotidianas de la vida del aula”.

Nuestro drama es más profundo y llega desde mucho más lejos. Primero vino desde otra parte y se implementó con total falta de responsabilidad y un nivel de improvisación tal, que es preferible pensar que respondió a un perfecto plan maquiavélico en pro de la ignorancia, que a una falta de visión de los responsables argentinos.

En esta parte, que Giroux llama “Devaluación y deshabilitación del trabajo de profesor”, están involucrados, y son responsables, todos los docentes.

A partir de la nefasta “política” educativa que importó e implantó la Ley Federal de Educación, han sido profesores (¿O docentes?) los que las impusieron en las escuelas desde sus cargos jerárquicos, y directoras / es los que la implementaron en sus escuelas.

A partir de allí, los docentes o profesores las trasladaron a sus aulas y, aquí, podemos insertar el otro tema que nos preocupa; “Los profesores como intelectuales transformativos”. Dice Giroux: “Si creemos que el papel de la enseñanza no puede reducirse al simple adiestramiento en las habilidades prácticas sino que, por el contrario, implica la educación de una clase de intelectuales vital para el desarrollo de una sociedad libre, entonces la categoría de intelectual sirve para relacionar el objetivo de la educación de los profesores, de la instrucción pública y del perfeccionamiento de los docentes con los principios mismos necesarios para desarrollar una ordenación y una sociedad democráticas.”

Aquí, en nuestras escuelas, es una realidad el dictado de una materia extraña, de la que no se tiene la menor idea, por un profesor de una materia tradicional. He escuchado a la directora de una escuela decir a un docente absolutamente ignorante del tema que se trataba; “Pero mirá, vos la podés dar; son solamente trece hojas de este libro.” Y el profesor la da.

Si pretendemos que nuestros profesores sean “intelectuales transformativos”, primero se debe encarar la internalización de una responsabilidad intelectual que los haga tomar conciencia de la función social y de las consecuencias futuras que implica su labor.

Estos docentes, profesoras / es, directoras / es y toda la cadena ascendente del sistema, al no relacionar educación con instrucción pública, ordenación, sociedad libre y democrática, aportan nada “para crear las condiciones que proporcionen a los estudiantes la oportunidad de convertirse en ciudadanos con el conocimiento y el valor adecuados para luchar con el fin de que la desesperanza resulte poco convincente y la esperanza algo práctico”, al decir de Henry Giroux. Y este es el verdadero quid de la política educativa argentina.

Los alumnos han pasado a ser la materia prima que genera los sueldos de los docentes, y el éxito de la educación se mide por el nivel de “repitencia” de los establecimientos, sin importar el grado de conocimientos alcanzado.

A partir de la culminación de cada profesorado o especialidad, la mayoría de los docentes encara la trayectoria que lo lleva a sumar puntos que inciden positivamente en el porcentaje de sus sueldos o en la escalada de sus cargos.

Estos hitos puntuables están, generalmente, dirigidos a esclarecer el concepto teórico-doctrinario de la educación y aumentar el diletantismo docente que les permite su posterior lucimiento en las habituales reuniones plenarias o jornadas de capacitación. Mientras tanto se desobliga a los alumnos de concurrir a clases, aumentando el tiempo de que disponen diariamente para ir enriqueciendo su creciente ignorancia.

La política educativa tiene varias aristas, que nacen con la política ciudadana al momento de emitir su voto. La política de los políticos es la que tiene la posibilidad de determinar los rumbos, y es la que implantó nuestro sistema educativo actual que nos está llevando a un futuro impredecible.

Nuestra política educativa está regida por la crisis mediática que infectó nuestro país en los últimos tiempos. Los medios audiovisuales y la tecnología simple, que conforman un gran porcentaje en el tiempo de vida de la gente (y más en los niños y adolescentes), han reemplazado la celebridad por la fama y es el espejo alucinado en el que se mira la mayoría, mientras lo esencial solo es visto por unos pocos principitos que corren el riesgo de no ser exitosos para lograr brillo futuro y trascendente.

Dentro de este mismo marco se inscribe la educación de los profesores en nuestro país; se profundizan las teorías y las formas de comunicar las distintas intensidades del perfume de la lavanda, mientras se ignora la existencia de una tierra árida y sin laborear que hará imposible la germinación de la semilla y el crecimiento de la planta.

Dice Giroux; “Las instituciones en cuestión tal como hoy existen están peligrosamente desprovistas tanto de conciencia social como de concientización social”. Y cuando se refiere a nuevas búsquedas, afirma: “… sin quedar atrapada en su lenguaje a menudo impenetrable, en su jerga arcana y en sus callejones teóricos sin salida”.

Hay un dicho muy antiguo que dice; “El mejor negocio del mundo es comprar un argentino por lo que vale y venderlo por lo que cree que vale” Y así es en todo; No tomamos conciencia de nuestra realidad, somos portadores de una absoluta falta de concientización nacional y esta epidemia, potenciada en los últimos lustros, ha generado una fenomenal ausencia de ejemplos válidos que representen algún signo o señal digno de esforzarse por conseguir.

Esta catástrofe es tan pavorosa que ha damnificado a casi todos los estratos sociales, económicos y educativos de todas las edades. Desde los adultos; para quienes el dinero, la apariencia y el poder representan la trilogía de sus mayores anhelos, hasta los jóvenes; en los que los disvalores se han convertido en valores y ha pasado a ser un atributo que los hace considerados por sus pares. Los adolescentes exitosos, entre los alumnos de las escuelas, son los transgresores, los más alejados de las normas de convivencia y de lo que siempre se entendió como buena educación.

Estas mismas incongruencias, en el concepto de los valores fundamentales que hacen a las personas y salvando las distancias, son las que se perciben en el ámbito de todo el sistema educativo.

Mientras se enfatiza la excelencia educativa, se rebuscan palabras difíciles que doten de una imagen intelectual al innovador discurso de los directivos

(que es envidiado por la mayoría de los docentes) y se teorizan los fundamentos educativos en permanentes charlas y cursos contratados dinerariamente, no se implementa ninguna acción para reintegrar a las escuelas su patrimonio de ámbito propicio y generador de concretas posibilidades futuras, que la “política” educativa de los últimos tiempos ha tirado por la borda.

Seguramente la política educativa, en el plano teórico y considerando sus posibilidades intelectuales, es la que está más cerca de revertir este derivar ético de la mayoría de las instituciones de nuestro país, cada vez menos comprometidas con el futuro del pueblo y más próximas a los intereses personales y materiales.

Hay una frase de Henry Giroux que puede ser esclarecedora, abarcadora y aplicable a todo el ámbito de la política educativa y a las condiciones necesarias e imprescindibles para lograr la excelencia tan declamada: “Con esta perspectiva en la mente, quiero extraer la conclusión de que, si los profesores han de educar a los estudiantes para ser ciudadanos activos y críticos, deberían convertirse ellos mismos en intelectuales transformativos.”

Se debe entender, en el plano de la coherencia, que un intelectual transformativo  encara la transformación, de quien está a su alcance, siempre con un sentido positivo; para lo cual debe poseer conciencia intelectual, ética intelectual y responsabilidad intelectual como condición sine qua non, antes de empezar a transformar.

Una vez vi una publicidad que decía que los cerdos no son sucios, lo que pasa es que nunca nadie se ha preocupado por ello. ¿Usted se imagina instalando una blanca camita para su cerdito preferido en medio de un chiquero? ¿Qué imagina ver al día siguiente?

Para que existan profesores que sean intelectuales transformativos, debe haber conciencia nacional, ética y valores solidarios profundos que prioricen el bien común sobre los intereses y las conveniencias exclusivamente personales.

Los presidentes debieran ser intelectuales transformativos. Los gobernadores, los ministros, los supervisores… y así de seguido hasta llegar a los ciudadanos adultos, que constituyen las familias y son padres de los alumnos que debemos transformar.

Seguramente, cada persona que tenga la posibilidad de transmitir conocimientos, puede convertirse en un intelectual transformativo, pero si no se logra un ámbito propicio para posibilitar el aprendizaje masivo, será una aislada anécdota en el recuerdo de una generación fracasada.

No son muchas las posibilidades de la docencia sin una política honesta, integral, racional y responsable integrada a la cotidianeidad del pueblo, pero si, mientras se espera este evento, surgiese una política educativa que asumiera la urgencia del derrumbe cultural de la juventud, creo que la única posibilidad sería un cambio conceptual y metodológico, e integrar a los padres en una participación activa que genere una toma de conciencia y una acción combinada capaz de neutralizar y superar el tiempo de los ejemplos nocivos que reciben sus hijos a cada momento.

En el plano práctico y cotidiano debo aclarar que mi estudio no ha sido la docencia, y que mi pensamiento y objetivo siempre estuvo emparentado con lo que Giroux llama “Intelectual transformativo”.

Paso a detallar algunas acciones vigentes y otras en las que he sido derrotado.

El discurso docente habla de la libertad responsable de los alumnos. Para llevarlo a la práctica, se implementó un Cuaderno de Bitácora, en el que dos alumnos cada semana, dejaban sentado las novedades del curso, día por día, responsabilizándose de lo escrito con sus firmas Al culminar la semana, debía ser entregado a la pareja siguiente, previo recibo firmado.

Esta práctica tiene, además, la finalidad de incentivar el método, hacerse cargo de lo escrito y, en un futuro de trabajo, asumir y deslindar responsabilidades una vez cumplida determinada tarea.

Todo funcionó, hasta que una novedad del cuaderno rozó a una docente.

En la actualidad, se ha implementado nuevamente, en el convencimiento que es positivo para los alumnos.

Con el objetivo de mostrar ejemplos y valores a seguir, y ante la ausencia de seres vivos que puedan ser de utilidad, inicio mis clases con estrofas de los consejos de Martín Fierro a sus hijos y con máximas de San Martín, en otros casos, que son paradigmas de los valores esenciales del hombre. He tenido que rebatir opiniones docentes que argumentan que tienen nada que ver con la materia.

Cada docente se circunscribe a su materia, y he tenido que aclarar que mi objetivo va más allá de mi especialidad; está dirigido hacia el mañana de cada uno de los alumnos y al futuro de mi país que, cuando me lo planteo dependiente de los actuales estudiantes, avizoro una verdadera catástrofe.

Se declaman discursos de excelencia educativa mientras la realidad cotidiana, los pequeños actos que responden a una organización, a un método, a una conducta, a una línea acorde a la educación, a un ámbito de excelencia real que pueda transferirse y mimetizarse con una verdadera excelencia educativa, están totalmente ausentes de la escuela y van internalizando en los alumnos la idea que Enrique Santos Discepolo plasmaba en Cambalache.

Se dictan normas para no ser cumplidas, existen horarios que no son respetados, no se realizan controles metódicos que comuniquen el cumplimiento de ciertas obligaciones inherentes a cualquier actividad digna de considerarse, no se sancionan los destrozos ni se cuida la limpieza como  acto comunicacional de valores elementales de las personas, no se recuerdan fechas que fueron hitos y ejemplos en la historia nacional ni se enaltece a los patriotas que marcaron rumbos dignos de ser valorados e imitados.

Nadie canta el himno nacional, y otras canciones patrias no existen. El izamiento de la bandera, que estuvo 3 años sin ser izada por haberse descarrilado la driza, es solo un acto mecánico, que lo cumplen los alumnos que están más cerca.

En fin, todos las acciones que se suceden en el interior de la escuela, cada vez se parecen más a las acciones fuera de la escuela, cuando el sentido común indica que cada pequeño acto generado dentro de una institución educativa debe ser un aporte a la educación y a la formación de los estudiantes, a la vez de crear un ámbito fácilmente identificable y valorable en el que es necesario una actitud y disposición distinta a la que se practica en la calle.

Y para lograr algo hay que empezar por lo más simple y sencillo y lo que los alumnos tienen, y sienten, más cerca cada día; la excelencia de lo cotidiano, de las cosas que son propias de un ámbito en donde se está gestando el futuro de un país.

A partir de lograr que los alumnos vean reflejado en los docentes. y en la escuela, ejemplos válidos y dignos de ser tenidos en cuenta, demostrados  en cada uno de los pequeños actos diarios, se podrá encarar la excelencia educativa, que, por ahora, no consigue educar.

Para terminar, y no sentirme más rara avis de lo que me siento cada día, pienso que recurrimos reiteradamente, y se cita continuamente, a autores extranjeros alejados de nuestra realidad, mientras se ignoran a personas, como el  Dr. Horacio Sanguinetti, un argentino que tenemos muy cerca nuestro, que merece el mayor respeto y que representa un referente mucho más válido y creíble que muchos autores foráneos, ya que ha escrito varios libros y avala con hechos concretos su posición, luego de dirigir, desde hace más de 20 años, el colegio nacional de Buenos Aires, considerado un oasis en el desierto de la educación argentina.

Dice el Dr. Horacio Sanguinetti; “ Los chicos salen de la escuela primaria y no saben leer de corrido. Egresan del secundario sin entender lo que leen y son aprobados de todos modos. Elogiados en el discurso oficial, maestros y profesores son subestimados en la realidad, y los alumnos se quedan no con el mensaje de las palabras sino con el de los hechos.”

«No anda el presupuesto, no anda la formación docente, no anda el sistema educativo, no anda la especialización. No anda nada».

¿Será que el Dr. Horacio Sanguinetti no hace negocios ni defiende intereses personales y muestra el verdadero valor de la educación argentina?

 

Hugo Luis Bonomo