PODEROSOS, SUBALTERNOS Y SUMISOS

Hay ocupaciones o posiciones que producen confusión en las personas y las hacen actuar como réplicas del entorno superior que las contiene, y del cual son dependientes. Estas influencias, que alteran el comportamiento de las  personas, hacia el común de los mortales que necesita recurrir a ellas, pueden estar fundamentadas, generalmente, por el máximo generador de cambios de las conductas humanas; el “poderoso caballero, don dinero”.

Seguramente, cada uno de los presentes aplicará su experiencia personal, de acuerdo al caso que le tocó, o le toca, vivir. Yo rescataré, a modo de introducción, dos casos que, haciéndome el profesional, voy a denominar, para que suene científico, a pesar de ser solo sensaciones vividas: “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”.

Este síndrome es uno de los más propagados y fácilmente detectable y previsible, ya que el clima propicio para su desarrollo es público, notorio y conocido por el individuo que necesita recurrir a este ámbito y tratar con alguno de sus dependientes, generalmente contaminado.

Puedo suponer que el más común a la mayoría de los mortales, con acceso a algún dinero (y de los muy pobres también, aunque llegan hasta la puerta), y el más recurrente, es el recinto bancario.

Antes los bancos eran visitados por los ricos, ahora hasta por los jubilados y los subsidiados por alguna de las múltiples razones que lo hacen merecedor de alguna tarjeta otorgada por el gobierno.

Quienes poseen mucho dinero, pero mucho, tienen el privilegio de tratar directamente con el gerente, contador, algún jefe de cuentas corrientes u otro asalariado que, conociendo el poderoso patrimonio del cliente, lo atienden como a una persona.

Es altamente probable que si está leyendo esto, usted no sea un potentado, y es seguro que si yo lo fuese, no lo estaría escribiendo, por lo tanto, a la inmensa mayoría que son los usted y los yo, nos toca ir a lo que conocemos como cajas. Si estas cajas respondieran a la definición de la RAE, serían; Ventanilla o dependencias destinadas a recibir o hacer pagos en los bancos; pero no. En la realidad son ermitas y, cada una, está ocupada por un capellán que, desde su atrio, contempla las decenas de fieles orando,  mientras esperan pacientemente que la gracia del supremo les permita estar frente a uno de sus ungidos, para recibir la bendición de unos miserables pesos que, para el capellán, resultan poco menos que despreciables, porque mientras usted está anhelante por verlos, el prefiere un sorbo de café, un mordiscón al bizcochito o compartir unas palabras, no con usted, como para reafirmar su condición superior y hacerlo sentir como un menesteroso que depende de su limosna para poder seguir viviendo.

En este caso el síndrome que altera la conducta ha sido provocado por un elemento inanimado tangible pero de origen desconocido, ya que es muy probable que algo de ese dinero provenga de aportes o contribuciones que usted ha hecho, o sea parte de lo que recibió el mes pasado. Pero eso no importa; porque, en la realidad, usted no es un fiel creyente, ni el que está en la ermita es un capellán. Usted es un infeliz ciudadano que necesita el dinero para seguir viviendo, y el capellán es un servidor bien pago que tiene un cajón lleno de billetes que, aunque no sean de su propiedad, sabe que es la meta a alcanzar por el gentío sumiso que solo alza la vista para controlar el número de su papelito, cada vez que se modifica un dígito, señalando al elegido de la procesión que puede acceder a determinada ermita, para ser atendido por el capellán…, pero basta de confusiones; usted es un ciudadano sumiso que no tiene otra que ir a un banco, y la ermita y el capellán no son más que una caja y un cajero. En su vida diaria tal vez usted es un tipo de carácter y le canta las cuarenta al que sea, pero cuando necesita llegar a la caja y se enfrenta con el cajero, usted pasa a la categoría de sumiso y queda involucrado, como posible portador de algún virus, con alguna influencia en la infección masiva que sufre la cofradía de los cajeros y que ha provocado el síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”.

Solo como comentario afín, y para que sirva como introducción al análisis del síndrome más agudo, contagioso y masivo que he conocido, he visto síntomas parecidos en el ámbito náutico de la ciudad de Buenos Aires. Las embarcaciones de cierto porte y valor, llamados yates, son comercializadas por un broker náutico (antes eran comisionistas navales). Es decir; tipos con cierto carisma, relaciones importantes, apellido conocido en el ambiente o algún otro atributo que los acerca a gente acaudalada y los hace confiables para negociar bienes muebles de un valor significativo. El tema es que los brokers se relacionan con sus clientes de una forma especial, que los convierte en sus pares. Una natural debilidad estructural, y un familiar acercamiento, propician una rápida invasión del virus que, inevitablemente, provoca al broker el  síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”.

En el trato personal, el síndrome no es detectable, ya que el infectado lo cree un igual, y no sabe que usted es un seco, loco por la náutica, que ahorró unos manguitos y va a la capital a ver si consigue mejor precio que en su provincia; el tema es que, antes de hablar con el broker, usted tiene que hablar con una señorita, que los brokers prefieren rubias, que trabaja por un sueldo y tiene como misión recibirlo. Y eso es lo que hacen, pero el ámbito contaminado no hace distinción de colores, y el efecto del síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”, es evidente y, parece, también potencia la consabida intuición femenina que detecta velozmente su condición de pajuerano no pudiente y, si bien usted no va a buscar dinero, como en el banco; su ilusión, o su ambición, lo convierten en un desvalido, e inmediatamente pasa a la condición de sumiso.

Se que este ejemplo no es representativo, pero quería comentarlo para que sirva como introducción, y comprensión, a fin de entender que no es necesario que existan elementos tangibles, como los billetes, para ser colonizado por el síndrome y, en esta situación, como en el caso más importante y generalizado que vamos a tratar a continuación, el virus puede ser transmitido por ondas invisibles, pero contundentes, que revelan, en forma indudable, la ocupación del individuo por este invasivo y difundido síndrome.

Como ya dijimos, esta variedad del síndrome, que vamos a tratar ahora, es la más aguda, contagiosa e insufrible que he conocido

Se me ocurre que este es el caso que, por antonomasia, se merece remarcar, ya que sus esporas se esparcen rápidamente y contaminan en forma aguda al agente principal y a su personal dependiente, casi por igual.

Se han estudiado seriamente los factores que facilitan el rápido esparcimiento del síndrome y su mayor gravedad en estos ámbitos. Todas las investigaciones conducen a percibir un ambiente altamente proclive creado por la absorción de los anticontaminantes por parte de los concurrentes, casi todos con carencias físicas y psicológicas, que se ven acentuadas al materializar su realidad, por influencia del escenario y, en algunos casos, al tener que prolongar, mucho tiempo más, su angustiosa incertidumbre; tal el caso que su entrevista con el moderno chamán, esté subvencionada por alguna obra social. Previo a este conocimiento, y sin que realmente tome conciencia, usted sigue aumentando su vulnerabilidad y liberando anticontaminantes que, rápidamente agudizan la indiferencia de las dependientes, que se incrementa proporcionalmente al tiempo de las charlas con sus compañeras o las llamadas telefónicas.

A partir de llegar a un contacto verbal directo, usted ya está enterado de la fecha y hora de su entrevista con el supremo, y puede retirarse convertido en un estupendo sumiso, para, en el confort de su hogar, recomponerse y afrontar un compromiso mucho más importante, con resultados ignorados, pero con procesos conocidos, que ya empiezan a bajarle las defensas y seguirán contribuyendo a reforzar el ya instalado síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”, alteración que ya le tocó sobrellevar, en la primer etapa de su contacto; al gestionar, ante las agraciadas infectadas, la posibilidad, que se aproxima, de ser observado por su magnífico y diplomado señor patrón.

Creo que el síndrome ya está suficientemente desarrollado y graficado, como para que sea necesario insistir en sus características y efectos. Solo cabe un breve análisis del portador principal que, como ya dijimos, es la principal causa generadora de esta variedad del síndrome, que, al ser analizado, se presenta como el más agudo, contagioso y masivo conocido, ya que sus portadores entran en contacto con la casi totalidad de la población, en algún momento de sus vidas.

Y a usted le llegó el día. Se bañó, perfumó, se viste bien y sale de su casa mucho tiempo antes, para llegar con la suficiente antelación al lugar en donde se va concretar el encuentro. El ámbito de acercamiento se denomina consultorio o clínica, y se debe materializar a la hora en que las subalternas, que esta vez evitó rápidamente, le anotaron en papelito ad hoc.

Usted sube las escaleras, porque generalmente hay que subir para llegar hasta ellos, y se encuentra con un gentío que ha ocupado la totalidad de los asientos y rebalsa en algunos lugares apoyados sobre la pared.

Usted está tranquilo porque tiene uno de los primeros turnos, y faltan 10 minutos para el horario de comienzo de la atención.

Mientras espera, observa a los pacientes y resignados concurrentes, que casi no tienen ganas de leer las vetustas y manoseadas revistas que yacen en una mesita, y evidencia manifestaciones faciales que asocia a su propio estado, resignado y paciente, que va disminuyendo sus defensas y lo va exponiendo a un recrudecimiento de la secuela de sumisión; resultado de su primer contacto con el síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder”; en ocasión de su entrevista con las subalternas, responsables de que usted esté aquí este día y a esta hora. Hora que ha avanzado calladamente, y sin piedad, 48 minutos. Tiempo que pasó inadvertido porque no se ha producido ningún acontecimiento que modifique la situación inicial.

Usted sabe que es un hecho raro e inadmisible, pero también que es usual y tradicional; y usted se ha convertido en una persona que, por efectos del síndrome, se encuentra en los primeros estadios de la sumisión; lo que hace que, a la tradición, agregue el clasicismo, el rito, la norma, el protocolo y la historia. Cuando ha pasado más de una hora, y usted empieza a sentir un síntoma revulsivo que despierta su espíritu indómito aletargado, hace su anhelada aparición el fruto deseado por todos los pacientes y se diluyen la totalidad de los pensamientos rebeldes, ante el sentimiento, y la ilusión, de todos los esperadores, de recuperar la luz, la vitalidad y la necesidad de sentirse sano.

El hombre llega y pasa frente a sus acólitos con la misma displicencia con la que sale el sol y con la magnificencia del astro rey, del que nadie puede desligar su vida ni pretender interferir en sus horarios. Así pasea su luz, en un paseo hasta el occidente, y desaparece en la puerta del horizonte.

Ha pasado más de una hora, de la que tenía que llegar, pero usted tiene los primeros turnos, así que es probable que en algo más de una hora se desocupe. Tenía un compromiso, al que ya no llega, pero este último suceso, y la proximidad del infectado, ha sido decisivo para que usted haya completado su mutación y se haya convertido en un perfecto sumiso; por lo tanto está totalmente entregado y sometido.

A partir de aquí usted es una víctima más de las consecuencias del síndrome de “alteraciones conductuales provocadas por la inclusión al ámbito del poder” y, como le dijimos: esta última variedad es la más contagiosa y potente, ya que en su generación funciona, como agente incentivador, la dependencia obligada de las personas, sin ningún tipo de distinción, lo que revitaliza y acrecienta el síndrome y favorece el creciente aumento de sumisos, una paradójica derivación provocada por el contacto con sus portadores.

Este es un análisis de casos numerosos, pero no total, y me consta que hay graduados inmunes al síndrome. Si te tocó sufrir las consecuencias de algún pobre infectado, y sos medianamente culto, tratá de comprender que hay personalidades que son naturalmente débiles y necesitan amurallar su profesión para sentirse inexpugnable.

Y si estás bien de salud; me alegro.