Un verano con Mónica

Mirando un correo de películas antiguas, recordé algo y me dieron ganas de contarlo. Cuando lo miren, ustedes decidirán si tiene algo que ver con el ayer y con el hoy.

Eran tiempos en que las mujeres, generalmente, estaba vestidas con ropas que no permitían ver gran parte de sus cuerpos, y que, salvo pequeñas excepciones, eran las partes que los varones más gustaban mirar.

Se proyectaba “Un verano con Mónica” de Ingmar Bergman, en el cine Mayo de la ciudad de Sant Fe, por supuesto que en trasnoche, porque era prohibidísima y según los trascendidos, la Andersson, que era una proteína sexual,  aparecía solo con la piel y la compartía con su amante en una pequeña carpa y en un ambiente solitario muy parecido a nuestras islas.

En fin, todos; los estudiantes del Instituto de Cinematografía (por Bergman, según ellos) y cientos de varones de todas las edades, seguramente también atraídos por el arte, aguardaban ansiosos, en el hall, del cine, la hora 12 y el ingreso a la sala, a las butacas, a la pantalla y a… Mónica.

Durante la espera, todos de pie colmando todo el espacio y parte de la vereda, ocurrió un episodio, que pude contemplar porque fue muy cerca de donde yo estaba. Un espectador tuvo un ataque de epilepsia y cayó al piso, mientras su cuerpo sufría movimientos espasmódicos. Todo se solucionó rápidamente y no pasó a mayores, pero sus temblores y crispación parecieron reflejar el estado interior de la muchedumbre que aguardaba nerviosamente el comienzo de la función.

Y dieron la 12. Abrieron las puertas, y todos a ubicarse, lo más apoltronado posible, para regodearse hasta el alma con la obra de arte que iban a ver.

Se apagan las luces, comienzan la imágenes; agua, barcos, puerto, un buen rato, luego los títulos, con el tiempo necesario para ser leídos, y se completa la presentación.

Imagen en la pantalla, planos varios, agua, barcos, puerto, orillas. Vegetación, piedras, muy lentamente, luego, en un plano general, el comienzo de una panorámica que se va desplazando lentamente por el paisaje de la orilla del agua.

La sala muda y tensa, solo con la música, la lenta panorámica y el casi inaudible sonido de alguna respiración casi suspirada.

Un clima intelectualmente denso, expectante y y exasperantemente lento.

Sigue la panorámica y sigue el pesado silencio de la sala, hasta que en un momento, un vago del fondo, sobrepasado su dominio intelectual, grita, con un vozarrón, que le sale de las entrañas y hace temblar las butacas;

¿Y MÓNICA?