Deportividad
“Sportman es aquel que no solamente ha vigorizado sus músculos y desarrollado su resistencia por el ejercicio de algún deporte, sino que, en la práctica de ese ejercicio, ha aprendido a reprimir su cólera, a ser tolerante con sus compañeros, a no apovechar de una vil ventaja, a sentir profundamente como una deshonra la mera sospecha de una trampa y a llevar con altura un semblante alegre bajo el desencanto de un revés.”
La deportividad se define como la observancia correcta de las reglas del juego, unida a cierto espíritu de generosidad y nobleza por parte de los jugadores.
El origen de los deportes se remonta a épocas arcaicas, cuando tenían carácter sagrado.
En la Edad Media y en la Grecia antigua tuvieron su auge, ya no como prácticas sagradas sino como manifestación de habilidad o superioridad física.
La era moderna considera a los deportes como resultado de la educación física y como medio de formación de la persona, contribuyendo al desarrollo físico, afianzando su voluntad, agudizando los sentidos y, enseñándole a ser condescendiente en la victoria y generoso en la derrota, ennobleciendo su espíritu y forjando, en él, lo que se denomina Espíritu Deportivo.
Ese Espíritu Deportivo -una premisa que hace a la esencia del deportista- que para ser considerado y creíble necesita, imprescindiblemente, de buenas personas que, como los buenos barcos, deben ser de buena madera. La madera noble que desde hace siglos navega los mares llevando a hombres que, todavía, se autodescalifican en una regata por haber transgredido alguna norma.
El orgullo mayor del auténtico navegante deportivo es abrazar un deporte regido por reglas éticas y practicado con actitudes morales que preserva, hasta lo que conocemos, el espíritu deportivo, verdadera esencia de toda justa caballeresca, en que lo que prima es solamente el logro de una superación humana y espiritual.
El dinero, aunque necesario para vivir, poco aporta a la elevación de los objetivos que tienen que ver con la moral y el espíritu; en cambio podemos comprobar, sobre todo últimamente, que puede denigrar a la persona, interiormente, centrando los factores de éxito exclusivamente en el logro de determinados objetivos materiales que nada tienen que ver con las prácticas de disciplinas sanas y enriquecedoras de los verdaderos y perdurables valores humanos.
Hoy, en medio de un sinnúmero de ejemplos que nos hacen dudar de las escalas de valores establecidas universalmente para valorar a las personas, nosotros, los que promulgamos el deporte náutico, debemos poner todo nuestro esfuerzo para divulgarlo, expandirlo y popularizarlo sin que pierda el verdadero color de su esencia: BLANCO.