Una Carta
Hola Eliana… si te gusta a vos, me gusta a mi; te digo Eliana. Total, no vas a dejar de ser vos.
Hace mucho frío y soy muy friolento, además de no gustarme el frío, por lo tanto no me moví de casa. Yo también comí locro, y, ahora (17,30 h), un cachito de chocolate.
Hace tiempo que no escribía a alguien, pero me has hecho sentir cosas y me gustaría que, cuando llegues, pueda darte como una sorpresita.
Me decís que te gustaría seguir en contacto, pero más relajada; así debe ser. Esa foto es de unos cuantos años atrás, así que podés relajarte; te vas a encontrar con un jovato medio calvo a quien vas a tener que servir de apoyo, porque no tiene mucha estabilidad. Lamento haber equivocado la estrategia.
Pero eso no importa.
Puede suceder que cuando me veas y materialices todas tus letras e imágenes, desparezca la ilusión.
También puede suceder que alguna pequeña cosa de vos me raye en contra (me importan las pequeñas cosas)…, o no.
Pero tampoco importa.
No estoy en vos, pero, en mi caso, lo que me importa es que has encendido una lucesita que alumbra una ilusión. Y no interesa que la ilusión no trascienda la ficción; ya iluminaste un pedacito de mi camino.
Vivo haciendo proyectos e intentando logros…, necesito de eso para vivir, pero soy muy emotivo y, hace un tiempo, vengo a media máquina porque no cargo combustible.
Imaginate como un surtidor que utilicé para llenar el tanque de gasoil, acelerar y ver que la máquina responde como para navegar nuevamente. Si estás a bordo, seguramente será mucho más placentero encarar travesías compartidas. Si preferís la firmeza de la tierra o la nave te parece insegura, no importa; zarparé con tu lindo recuerdo.
Pusiste mi barco a son de mar.
Un beso con abrazo fuerte y preparo las amarras para que te sientas segura cuando arribes a mi pequeño puerto.
Cuidate mucho y te paso una estrofa (de las mujeres y como para vos) de un poema de Oliverio Girondo, uno de los buenos poetas argentinos, casi olvidados, que, junto a Almafuerte y Gonzalez Tuñón, me movilizan.
“Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el
primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso si! – y en
esto soy irreductible – no les perdono, bajo ningún pretexto, que no
sepan volar. Si no saben volar ¡Pierden el tiempo las que pretendan
seducirme!”