TELE Y FUTBOL ARGENTINIDADES 1 Y 2
1 – Se complica a la hora de definir un argentino, pero no nos equivocamos si decimos que son futboleros y eximios televidentes. Lamentablemente, ambas condiciones no representan valores de los cuales uno pueda estar orgulloso.
En el programa que conduce “el hombre más importante de la televisión argentina”, y aquí un paréntesis para opinar que debe ser fundamental a la hora de determinar la importancia. En este caso, la importancia no radica en los aportes positivos, formativos, educativos que puede hacer la televisión a la sociedad, solamente es el más importante por la cantidad de gente que lo ve. Salvando las distancias, pero hermanados en sus aportes, pasa lo mismo con el deporte y el fútbol. Y aquí cabe un concepto del escritor Clive Barker
«La televisión es el primer sistema verdaderamente democrático, el primero accesible para todo el mundo y completamente gobernado por lo que quiere la gente. Lo terrible es precisamente lo que quiere la gente.»
Regresemos al programa del conductor favorito de los argentinos y al primer cimbronazo movilizador que motivó mi necesidad de compartir lo visto y tratar de ver un poco más allá, lo que parece gracioso para algunos pero que puede ser aterrador para otros.
El conductor produce un programa en el que hay gente que baila. Algunos bailan, otros no saben bailar, pero todos son, de una u otra forma, menoscabados en alguna parte de su persona o de su intimidad. Pero no importa porque a la hora de la vanidad, la egolatría y el dinero, se pueden dejar de lado los principios y las trayectorias con tal de pasar a ser famoso en el programa del hombre más importante de la televisión. Tampoco importa si antes de ir ya eran célebres.
Es parte de la confusión humana, a la hora de plantearse la exposición masiva; un famoso puede ser abominado. La celebridad enaltece, y, en el medio está el hombre endeble que elige.
El caso es que una participante que iba a bailar – pero que antes debe responder a todas las preguntas que le hace el conductor, y que suman al morbo o a lo trivial que esperan sus seguidores – le dijo que había ido con su hijo; un niño de pocos años, que se encontraba a un costado, sentado en el piso, junto a un grupo de amiguitos. Inmediatamente el conductor se dirigió hacia el y le formuló una pregunta acorde a sus intereses y a su sensibilidad intelectual: el fútbol.
– ¿De qué cuadro sos? El niño respondió.
– De Lanús.
– Noo, tenés que ser de San Lorenzo.
El niño movió la cabeza negativamente, y con una sonrisa tierna repitió su club.
El conductor, entonces, comenzó a seducirlo con argumentos simpáticos y enaltecedores de su club, mientras subestimaba la elección del pequeño.
Ante una nueva pregunta, el niño persistía en su preferencia.
Como el conductor es omnipoderoso y su concepto de poderío puede llegar a alturas muy reducidas, se agachó, se puso al mismo nivel del niño, sentado en el piso junto a sus amiguitos, y comenzó a ofrecer tentadoras recompensas, para el caso de conseguir torcer la voluntad del chico.
Empezó con una camiseta, que no logró el objetivo, pero debilitó un tanto el énfasis del niño.
Percibiendo un cierto efecto en el poder de su arma de convicción, siguió con medias, pantalones, botines, mientras reiteraba la respuesta que perseguía, hasta llegar a la pelota que, seguramente, era lo que colmaba las aspiraciones del niño, en su inocente y elemental concepción de la plenitud de su mundo.
Y sucumbió ante el hecho de ver concretadas sus ilusiones, diciendo en voz baja… San Lorenzo.
El conductor más importante y poderoso, plenamente demostrado en este logro, no consideró suficientemente exteriorizado el manifiesto de capitulación y exigió la reiteración del nombre de su club, repetidas veces; primero más fuerte, luego con más ganas, después con convicción; cosa que el niño hacía, en medio del grupo de sus amigos que lo miraban, no sabemos si con alegría, envidia o lástima, porque los niños solo tienen fantasías y necesitan de ejemplos que vayan forjando su personalidad y sus convicciones, para que el día de mañana sean hombres con valores y principios que puedan cambiar las cosas malas de este mundo; como el conductor más importante de la televisión, verdaderamente, un ejemplo.
2 – Nuevamente se complica a la hora de definir un argentino, pero no nos equivocamos si decimos que son futboleros y eximios televidentes. Lamentablemente, ambas condiciones no representan valores de los cuales uno pueda estar orgulloso, pero están cada vez más ligados a partir de la televisación grosera e ininterrumpida de todos los encuentros que protagonizan este show cada vez más escabroso.
La tele solo responde a intereses comerciales y particulares que, desgraciadamente, se ubican cada vez más lejos de los valores elementales y fundamentales que hacen a la grandeza de una nación y a la esencia de su pueblo.
Por supuesto que la publicidad integra los desvalores de la TV, y sus mensajes pueden ser tan terribles como los efectos de los productos que pretenden vendernos.
Dentro de estos productos están los teléfonos celulares, aliados de la tele que casi duplican la cantidad de habitantes y hacen su aporte a la idiotización de la juventud y a la disgregación de las relaciones humanas.
Hace un tiempo vibré con una publicidad de estos teléfonos. Decía:
“Valorate un poco más. Cambiá tu celular.”
¿Hace falta comentarlo? Solo hacer notar que, hoy, es vital, a partir de aprender a hablar.
En estos días las cosas son distintas, porque la vida y el futuro de los argentinos han cambiado. Así es; comienza el campeonato mundial de fútbol.
Y como no podía ser de otra manera, la tele y la publicidad de los celulares, deben adaptarse a la idiosincrasia de los argentinos.
Y aquí viene el segundo cimbronazo movilizador que, como el primero, puede ser simpático para algunos y aterrador para otros.
El texto de un video publicitario de una compañía de telefonía celular, dice esto; léanlo pensando, por favor.
“¡Que lindo es el fútbol, que bien nos hace! Es tan lindo que cada cuatro años hace que nos volvamos mejores argentinos.
La ciudad se llena de celeste y blanco, vamos con la camiseta a todos lados, suena el himno y nos ponemos de pie, hasta en nuestras casas, y pobre del que no cante.
Ahí si, somos puntuales y generosos, nos olvidamos de nuestras diferencias, ahora somos todos amigos, ¡Que lindo! Como de la nada somos mejores, nos abrazamos, gritamos, alentamos, entendemos que es nuestra gente la que hace grande a este país, que llorar también es cosa de hombres, que la fe no se cuestiona, que los milagros existen, existieron y existirán, y por sobre todas las cosas creemos que juntos no nos para nadie. A lo mejor los argentinos somos eso que nos pasa cada cuatro años, y será por eso que queremos que nos pase más seguido.
¡Que lindo es el fútbol, carajo, vamos argentinos, vamos argentina!”
¿Lo leyó?
¡Que lindo! Durante un mes, cada cuatro años, somos mejores. Bueno, tal vez no necesitamos ser mejores, porque somos los mejores.
¡Que lindo! Cada cuatro años nos tomamos el trabajo de pararnos cuando suena nuestro himno patrio, y hasta podemos cantarlo mientras recordamos y respetamos los colores de la bandera nacional. Eso es ser argentino.
¡Que lindo! Cada 1430 días podemos ser puntuales, generosos, olvidarnos de los que piensan diferente y dejar de ser enemigos.
¡Que lindo! Como de la nada… ¡No! De la nada, no. Gracias al fútbol somos mejores, nos abrazamos, gritamos, alentamos (también destrozamos, acuchillamos, patoteamos, afanamos… pero es por el gran corazón que tenemos) y también entendemos que gracias a nosotros es grande este país. Descubrimos que el macho argentino también puede llorar, que existen y existirán los milagros y que gracias a ellos, a nosotros, los barras bravas, no nos para nadie y vamos gratis a todos los mundiales.
A lo mejor los argentinos somos eso que nos pasa cada cuatro años,… Todo puede ser, pero si somos como tenemos que ser, un mes cada cuatro años; estamos en el horno.
… y será por eso que queremos que nos pase más seguido.
¡Que lindo es el fútbol, carajo! ¡Vamos argentinos! ¡Vamos Argentina!
Vamos. Fija que están pensando a Brasil, pero nosotros ¿A donde?