26-PENSAR CON LOS PIES SOBRE EL AGUA
Los estudiantes quieren ocupar predios del ferrocarril, los ferroclubistas salen a defender los hogares de los rieles, los clubes de fans del peaje promueven autopistas y los defensores de los intereses del estado planifican colosales puentes que unen países, provincias, ciudades o pueblos, apoyados por los fanáticos luchadores permanentes de los derechos monumentales.
Mientras tanto aparece un político, de los más ecuánimes, y hace una comparación entre los costos del pavimento y de los rieles, la capacidad de carga, superficie necesaria para construir una vía férrea y una autopista, los costos de construcción, mantenimiento, duración y gastos, características y consecuencias ecológicas de los vehículos que las transitan, amén de otro montón de datos estadísticos que demuestran la palmaria conveniencia de lo que ya no existe.
Es evidente la conveniencia económica del ferrocarril como medio de transporte y también es cierto que para que no existan limitaciones territoriales debe haber puentes que permitan acceder a todas las regiones que son surcadas por cursos de agua. Siguiendo la línea de las certezas, podemos inferir que cada puente llega a la orilla de un río y que los rieles deben ser asentados sobre una superficie firme. Tan firme como la tierra.
Las embarcaciones pueden, o no, pasar por debajo de los puentes, pero es irrefutable que llegan a ellos, como el tren o los camiones, y no necesitan caminos ni vías.
Y aquí llegamos, en una especie de resucitación histórica, a la “tercera posición”.
En nuestra provincia, los ríos llegan desde la punta del pie al extremo de la caña y siguen compartiendo orillas y territorios en una vía navegable natural que se proyecta hacia otros países, ahora interrelacionados en un proyecto económico llamado Mercosur, que parecen no haber considerado, tampoco, la integración hídrica.
Siempre nos pareció una incongruencia que ultramarinos -buques construidos para navegar en alta mar- se aventuren por meandrosos ríos de llanura con problemas de calado, durante 500 kilómetros, para llegar a nuestro puerto.
Los tiempos cambian al paso de la realidad que ha ido definiendo que los barcos sean cada vez más grandes para que sean más rentables. Capacidad y velocidad conforman una ecuación económica en la que, ahora, sale perdiendo el río, el interior, los pueblos, la gente.
Pensamos que la visión de los transportes responde a los grandes intereses multinacionales que están cada vez más lejos de las posibilidades del pueblo y de las PyME.
No se puede pensar que un hombre de clase económica media pueda ser dueño de un tren o de un equipo de super camiones (se terminaron los camioncitos) y mucho menos de un ultramarino, porque para comprar estas cosas hay que ganar mucha plata y es imposible pensar que el hombre medio gane mucho porque desaparecería la alimentación que hace crecer a los grandes.
Y aquí nosotros, meros observadores de los procesos del tiempo, vemos el río, que siempre miramos, y nos lo imaginamos como calles de nuestras ciudades y pueblos, recorrido por chalanas, barcazas, chatas y barcos de mediano porte que, como taxi fletes, llevan y traen mercaderías y productos de otras regiones y países que van distribuyendo en cada puerto-pueblo-ciudad.
Esto, que vendría a ser una política económica de río adentro, integraría a 6 provincias argentinas y a 4, 5 o más países de América, consolidando una verdadera unión regional construida por el continuo flujo de intercambio productivo y cultural.
Teniendo en cuenta que una embarcación de mediano porte puede transportar la carga de 10 camiones a un costo 10 veces inferior y que a lo largo de nuestros orillas se encuentran innumerables embarcaciones de distinto tipo abandonadas por falta de actividad con sus respectivos patrones y tripulaciones -desperdiciados trabajadores del río- creemos que es la hora de reconstruir una funcional flota fluvial del interior, que exige mínimas inversiones, que defienda los intereses del mar para adentro y que rescate algo de nuestra soberanía náutica perdida haciendo que nuestras aguas sean surcadas por naves de auténticas banderas argentinas que reflejen el origen y los beneficiarios de su trabajo.
Esta sencilla y digna propuesta, que solamente necesita ordenar obras provistas por la naturaleza, movilizará regiones y gente que adecuará puertos o embarcaderos, montará pequeños astilleros y potenciará regiones que, desde el advenimiento de los colonizadores españoles, no han sido consideradas ni valoradas por quienes nos tienen que gobernar a nosotros, a los que vivimos aquí, los nativos.